Mientras que el consumo de la leche estándar se ve en detrimento, la leche sin lactosa es la única cuyas ventas siguen aumentando de una manera muy considerable.
Y la lógica diría: la demanda de esta leche aumenta porque consigo lo hacen los intolerantes a la lactosa. Pues bien, lo cierto es que no. Las falsas creencias de que este producto es más saludable y engorda menos respecto a la leche de toda la vida, así como los casos en los que los miembros de una familia con uno de los integrantes intolerante se unen a beber esta leche como solidaridad hacia ellos están produciendo en nuestra sociedad el efecto totalmente contrario.
Si no somos intolerantes a la lactosa, es muy recomendable que bebamos la leche normal, ya que al hacerlo activamos la lactasa, que es el enzima que digiere la lactosa en nuestro organismo. Si no añadimos a nuestro cuerpo esta sustancia, dicho enzima se acaba volviendo perezoso, lo que, a la larga, nos puede acabar haciendo también intolerantes a la lactosa o sensibles a ella.
Nuestra alimentación no se debería dejar llevar por las modas. El sentido común ante todo.
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